Sunday, November 27, 2005

Jorge Ibarguengoitia

Conocer a Jorge Ibarguengoitia (ya fallecido) y después leer algo de German Dehesa tiene el mismo efecto que escuchar a Joaquín Sabina y a Ricardo Arjona, los segundos mencionados son la versión chafa de los primeros. Aquí les va una muestra del tipo de artículos de este genial escritor mexicano.

Insultos Modernos. Reflexiones sobre un arte en decadencia.
El director de la segunda escuela en que estuve, que era salvadoreño y ya viejo, tenía tres insultos predilectos: “patán”, “vulgarón” y “eres más papista que el Papa”Todos los que pasamos por su escuela estábamos de acuerdo en que no había espectáculo más divertido que ver a don Alberto amoratado, balbuceando entre espumarajos:
-¡Patán! ¡Vulgarón! ¡Eres más papista que el Papa!
En consecuencia gran parte de las acciones del alumnado estaban dirigidas a conseguir este fin.Este es un ejemplo de lo que es un insulto mal hecho y de las consecuencias que tiene emitirlo: el que insulta y falla está perdido, más le valiera no haber insultado…Si analizamos los tres insultos de don Alberto, nos damos cuenta de que los dos primeros son palabras sonoras que deberían tener cierta eficacia.Son deleznables porque se usan poco en México y porque se refieren a características del individuo que no son intrínsecas: se puede ser inteligentísimo y portarse como un patán. Están dentro de la misma categoría que “groserote” o “ignorante”. Son insultos suicidas. El ser alguien más papista que el Papa es ineficaz porque resulta críptico en un país en el que nadie le ha puesto peros a la autoridad papal y porque, además, no es posible hacer un insulto con tantas pes.
Sobre los insultos más usados cabe decir lo siguiente: son nacionales, automáticos e independientes del verdadero sentido de la frase.Tomemos por ejemplo los tres grandes insultos mexicanos, palabrotas que no se pueden escribir en éstas páginas. Uno de ellos es la definición de rasgos bastante vagos en el carácter de la madre del insultado, que según el caso pueden coincidir o no con la realidad. Esta última alternativa carece de importancia, porque el insulto, una vez proferido, produce irremediablemente descargas de adrenalina en el insultado.El segundo insulto es todavía más extraño: es una orden de ir a ejecutar ciertos actos. Orden que nadie, en sus cinco sentidos, se le ocurriría obedecer. Sin embargo, aparece un individuo sin ninguna autoridad, nos da la orden y en vez de entrar en el alegato de “Quien es usted para darme órdenes?”, sacamos el fierro, si lo traemos, y le damos un tajo.El tercer insulto, que sin ser tan grave es más doloroso, se refiere a las características mentales del sujeto al que va dirigido el insulto, cuya eficacia estriba en que –a unos más y a otros menos, a unos esporádica y a otros sitemáticamente-, a todos nos falla el coco.
Los insultos tradicionales, considerados en su función de motores de la relación entre insultante e insultado, tienen defectos muy graves, uno es que carecen de elasticidad y conducen el diálogo por caminos muy trillados que terminan siempre en un impasse. No hay nada más aburrido que oír a dos personas insultarse siguiendo el orden acostumbrado, para acabar diciendo:
-Qué?-Pos qué, qué?-Lo que quieras güey!
Al llegar a este punto nefasto, los contendientes llegan a las manos o empiezan a decir: “deténganme porque lo mato”Otro defecto, probablemente el más grave, de los insultos tradicionales consiste en que no hacen mella en la reputación del insultado. Es decir, nadie va a creer que un señor es lo que le dijeron. La reputación del insultado depende de su reacción al insulto, no de la veracidad del mismo.
Jorge Ibargüengoitia 15 Mayo 1970.

3 Comments:

Blogger avedeeo said...

buenísimo artículo

5:35 PM  
Blogger ReproBANDO said...

y es de 1970

6:04 PM  
Blogger avedeeo said...

se nota en eres más papista que el papa

3:54 PM  

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